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Arzobispo Fulton J. Sheen

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Arzobispo Fulton J. Sheen La lectura principal de la inmensa mayoría de la gente es el periódico diario. Esto significa que su pensamiento está en gran medida estandarizado, que su conocimiento del mundo procede principalmente de una sola fuente, y que lo que ha sucedido tiene poca importancia, pues nada es tan viejo como el periódico de ayer. Del mismo modo que nuestra memoria influye en nuestras acciones presentes y en nuestras decisiones futuras, los acontecimientos que han tenido lugar en nuestro mundo político también determinan en gran medida lo que ocurrirá en el futuro. Entre los acontecimientos pasados de los últimos años, quizá ninguno resuma tan acertadamente nuestros problemas como la tragedia olvidada de Polonia. Recuerdo haber escrito estas palabras para un programa de radio hace unos años: «Polonia fue crucificada entre dos ladrones». Por dos ladrones me refería a los nazis y a los soviéticos. Los estadounidenses de entonces creían que los soviéticos eran sinceros, aunque Lenin dijera que «debemos utilizar todas las mentiras, engaños y artimañas para lograr la revolución mundial». Recibí un telegrama de uno de mis censores diciendo que no podía hacer esta declaración en antena porque sería ofensiva para los soviéticos. Devolví el telegrama preguntando: «¿Y si llamo a Rusia buen ladrón?» Pero al censor no le hizo la menor gracia. El hecho fue y es que Polonia fue crucificada entre dos ladrones. El 85% de sus hogares fueron destruidos primero por los nazis y un millón de personas se quedaron sin hogar. Después llegaron los soviéticos para perpetuar la ruina y añadir nuevos eslabones a las cadenas de la esclavitud. Por culpa de Polonia empezó la Segunda Guerra Mundial, y así se entendió cuando se dijo «Danzig o la Segunda Guerra Mundial». Aunque hoy los periodistas hablan de Rusia y la Tercera Guerra Mundial, una frase más exacta sería «Polonia o la Tercera Guerra Mundial». Polonia es el espejo de la situación mundial; es el eje de la política europea; es la clave para saber si en el próximo siglo reinará en el mundo la justicia o la violencia. La singularidad de Polonia no proviene del hecho de que los soviéticos la violaran y la llevaran a su harén imperialista, sino del hecho de que, al final de la Segunda Guerra Mundial, Europa fue cómplice de este crimen. Atrás quedaba la Polonia por la que Inglaterra y Francia empuñaron las armas, la Polonia que estaba en el corazón de la Carta del Atlántico que Stalin había suscrito. La Carta del Atlántico prometía que todos los pueblos y naciones podrían elegir el gobierno que considerasen oportuno; a Polonia se le negó esto, primero por la invasión soviética y después por la complicidad de Europa en el asesinato de Polonia. Las Naciones Unidas no parecen ver la incoherencia en el hecho de que los soviéticos -mientras sembraban la confusión en África, Asia y Sudamérica y fomentaban el nacionalismo- negaran al mismo tiempo el derecho a la autodeterminación a Polonia y otros países situados tras el Telón de Acero. Rusia no tenía ningún derecho sobre Polonia: esto es ética internacional elemental. La aprobación legal por parte de Europa de la toma por la fuerza [de Polonia] equivalía a consentir el robo. Supongamos que todo el énfasis del Mundo Libre en la ONU hubiera cambiado. Supongamos que en lugar de organizar fuerzas políticas contra la «hostil» Rusia, se cambiara el énfasis y se volviera a plantear la cuestión de Polonia. Entonces el acento no estaría en oponerse al mal, sino en defender los derechos. Ninguna nación es fuerte cuando se opone a otra porque esa otra nación roba, pero toda nación es fuerte cuando afirma que la honradez debe ser la norma en todas las relaciones internacionales. Hay más energía en unirse por los derechos de Polonia que en unirse contra el imperialismo ruso.

 

Si los pueblos libres no adoptan una actitud de amor al bien, la esperanza de Polonia tendrá que elevarse por encima de todas las esperanzas de la política. Además, en nuestros corazones debemos combinar la fidelidad al deber de reconstruir Polonia con el reconocimiento de la enorme desproporción de esta tarea. Nuestras esperanzas deben compararse entonces a las flores y los árboles que pierden su verdor en los largos inviernos, para renacer en la primavera siguiente. Y si las naciones fracasan, Polonia debe confiar en Cristo, que lloró sobre la tumba de Lázaro y que ahora llora sobre Polonia. Entonces Polonia encontrará la seguridad de su gloria en Aquel que dice: «Yo soy la resurrección y la vida». Fuente: «Sobre el ser humano», 1983, pp. 301-304. (El texto es de 1953). Polonia o la Tercera Guerra Mundial

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